sábado, 8 de enero de 2011

HABLEMOS DE LOS MIEDOS



 ¿Quién no ha sentido miedo? Nadie, todos lo hemos sentido alguna vez. Sin embargo, suele ser un tema del que no se habla.

El miedo solemos disfrazarlo, reprimirlo o evadirlo; aunque, de hecho, sentir miedo es bueno en la medida en que nos auto protege y nos alerta del peligro. Podríamos compararlo con un abrazo: si me envuelve con amor y delicadeza es positivo; en cambio, es negativo si me aprieta, me asfixia y cancela todas mis posibilidades de crecimiento profesional, personal y familiar.

La buena calidad de vida no consiste en no tener miedos sino en entenderlos para controlarlos.

Es importante saber que el miedo se genera en una pequeñísima parte del cerebro, del tamaño de una almendra, llamada "amígdala". Lo increíble es que 90 por ciento de los miedos ¡no son reales!, son imaginarios; a pesar de ello, nos producen el mismo desgaste físico y emocional. Para vencerlos debemos enfrentar algo en el interior, no en el exterior, y conquistarnos a nosotros mismos.

De acuerdo con Roberto Pérez y su estudio de las culturas antiguas, los seres humanos desde el momento de nacer y en cada etapa de la vida, pasamos por lo que él llamó "los distintos dragones del miedo". Cada uno de estos estadios tiene características singulares, así como caminos que nos ayudan a superarlos, soluciones que Pérez rescató de diferentes creencias y filosofías.

En las siguientes entregas hablaremos de dichos miedos, los cuales periódicamente sustituimos por otros en lapsos de siete años.

Lo anterior se debe a que en nuestro cuerpo experimentamos cambios hormonales, endocrinológicos y energéticos que, como el peralte de una escalera, nos invitan a revisar nuestra vida: "¿Hacia dónde voy?", "¿Dónde estoy parado?", "¿Qué me detiene?" Y me ofrece la oportunidad, ya sea de crecer y de ser mejor persona, o bien de ignorarlo o reprimirlo.

Si acaso decido hacer lo último, la presión aumentará y se hará más evidente al enfrentarme al miedo que corresponde a la siguiente etapa.

Lo interesante es que los miedos de la primera mitad de la vida, se espejean en los de la segunda. Razón por la cual, por ejemplo, los abuelos se identifican mucho con sus nietos.

Veamos:

0-7 años: el miedo a la distancia.

Al nacer, el bebé se desprende de su madre y siente que se muere, por lo que en su conciencia queda una huella anímica. De ahí que su miedo sea a quedarse solo, a que sus papás se vayan y no regresen. Y el miedo se agiganta si, por ejemplo, se muere su abuelito, su mascota, o ve que sus papás se pelean o se separan.

Lo que ayuda a enfrentar esa etapa es la presencia cualitativa y cuantitativa de sus papás. Un niño que no tuvo la presencia adecuada, la reclamará cuando sea grande. Y como en la película The Mission, recogerá la primera piedra que cargará en el costal de su vida: el abandono. Por esta razón, si hay una separación de los padres, es importante darle al niño toda la "presencia emocional" de ambos para que el miedo no lo conquiste. Asimismo es importante dialogar con él, escucharlo, así como ponerle límites muy claros en cuanto a su disciplina. Eso le da seguridad.

El elemento natural que ayuda en esta etapa es el agua. El recuerdo del líquido amniótico es sanador. Es por eso que a los niños o personas que están ancladas a esta fase les encanta quedarse en la tina, pisar los charcos, jugar con la manguera. De hecho, nuestro niño interior todavía lo recuerda. Y también es por eso que darnos un buen baño cuando nos sentimos mal, nos hace tanto bien.

"La buena calidad de vida no consiste en no tener miedos sino en entenderlos para controlarlos".

HABLEMOS DE LOS MIEDOS (2)

Es increíble cómo un bebé ilumina una casa a su llegada. Una criaturita de escasos 55 centímetros es capaz de alumbrar la vida de todos. Y es que al nacer poseemos esa luz interior semejante a un faro. Sólo que poco a poco, al crecer, ciertas cosas opacan el cristal que protege ese resplandor: el estrés, las emociones negativas y los miedos.

Como platicamos la semana pasada, para poder desarrollarnos, nuestro reto es conquistar a los "dragones del miedo", como los llama Roberto Pérez, asociados a cada etapa de la vida.

Para un niño, las causas de los miedos, aunque fantasiosas, son amenazas verdaderas; frente a eso, los papás con frecuencia batallamos al tratar de convencerlo de que eso a lo que le teme, no existe, no es real.

Pero, para comprender mejor este conflicto, a continuación comparto contigo el segundo miedo a los que los niños se enfrentan.

 De los 7 a los 14 años: El miedo a la cercanía

En esta etapa el dragón a conquistar se presenta como miedo a los otros. El niño o la niña temen que otros los rechacen, que no lo escojan para formar los equipos de futbol, que le hagan daño o se burlen de él. Asimismo, se vuelve más sensible a que en la escuela no lo incorporen a un grupo determinado de compañeritos, y en especial le teme a ser el blanco de la burla.

La burla daña tanto al burlado como al que realiza la ofensa. Sería bueno que, en esta etapa, cada niño pegara en su cuarto un letrero que dijera: "No hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran".

Notamos que a sus 7 años empieza a actuar diferente, a sentirse raro, a hablar como un niño más pequeño, a hacerse pipí en la cama (circunstancias ya superadas); le teme a la oscuridad en el cuarto, por lo que pide le dejes prendida la luz del pasillo o del baño.

También en esta etapa empiezan las grandes fantasías; en su mente, ellos luchan y le ganan a todos, y ellas se vuelven princesas o hadas.

El dragón del miedo se agiganta si ve algún tipo de violencia en su casa, alguien le pega o daña a sus papás. De la misma manera, si alguien abusa de él de alguna forma, por ejemplo, sexualmente.

Si esto sucede y el niño no lo habla, no lo resuelve bien, y los papás asumen una actitud de "aquí no pasó nada", la vida del niño puede quedar destruida. En un caso así, es importante hablar las cosas, darle la sensación de sentirse escuchado y apoyado. Y, claro, buscar asesoría.

En este periodo, los papás deben darle autonomía. Es decir, proporcionarle al niño seguridad a través de la cercanía y el acompañamiento; pero, al mismo tiempo, procurar que sientan que es él quien tiene que enfrentar las situaciones. Por ejemplo, si el niño se sube a un árbol, es mejor observarlo a distancia, de tal forma que se dé cuenta, para transmitirle confianza y darle autonomía.

De otra manera, cuando movidos por el amor de padres lo sobreprotegemos, el día que cualquiera de los dos no esté, no sabrá cómo responder. Lo hacemos un niño débil y vulnerable.

El elemento natural que le ayuda en esta etapa es el fuego. Es por eso que a esa edad le encantan las fogatas, los cerillos, prender la chimenea, las velas (los campamentos se vuelven inolvidables).

Por primera vez, descubre en el fuego una expresión de su propio ser interior. Por lo que este elemento se vuelve más que recreativo, educativo.

Es recomendable organizarse con otras familias e ir a acampar, hacer fogatas, prender la chimenea entre amigos; estas actividades estimulan la conversación, la convivencia y el sentido de pertenencia tan importante a esta edad.

"El dragón del miedo se agiganta si ve algún tipo de violencia en su casa, alguien le pega o daña a sus papás. De la misma manera, si alguien abusa de él de alguna forma, por ejemplo, sexualmente".

HABLEMOS DE LOS MIEDOS... (3)

¡Ay, la adolescencia! Un día nuestro pequeño hijo se levanta de la cama y se encuentra con que todo su mundo cambió: sus papás, sus hermanos, sus maestros y hasta su cuarto. Ya no se identifica con la decoración que otrora le ilusionaba, ni se divierte con las mismas cosas que antes. Ya creció.

Y como el cruzar de un lado al otro del río, ese niño grande, tendrá que pasar por las nada fáciles aguas turbulentas para así llegar a la adolescencia. Mismas que serán: frías, fuertes, cambiantes, divertidas y riesgosas.

Sin embargo, los cambios que en el exterior le asaltaron por sorpresa, no son nada comparados con los que inician también en su interior, a causa de las hormonas. Esto lo hace estar rebelde, sensible y confundido. Asimismo, para los papás comienza también una etapa difícil. Es por eso que saber cuál es el "dragón del miedo", como lo llama Roberto Pérez, al que el joven se enfrenta, nos servirá para comprenderlo mejor y hacer de esta transición, lo más tersa posible para todos.

De los 14 a los 21. El miedo es al cambio. Este miedo lo vive en relación a muchas cosas, pero en especial a cuatro: a su cuerpo, sus emociones, sus papás y al sexo opuesto.

El cuerpo, antes ignorado, ahora se hace notar, todo en él cambia: la voz, el tamaño, el olor, descubre vellito en todos lados. Los pies, brazos, nariz, pechos o quijada les crecen de manera desproporcionada, en fin. De su ropa, nada le queda. El niño lo único que piensa es: "¿Hasta dónde va a parar todo esto?".

En cuanto a sus emociones, no se entiende ni a sí mismo. Se siente incomprendido, se vuelve enojón, poco paciente, contestón. El joven comienza a reafirmarse como individuo, busca su propio espacio, su personalidad, probar las cosas por sí mismo; lo que lo lleva a tomar distancia de sus papás y a sentir grandes inseguridades.

El joven ve en sus papás, -antes sus héroes y ejemplos a seguir-, todos sus errores: "No saben todo, como yo creía; él ya se quedó pelón, ella ya tiene arrugas, y ninguno de los dos tiene idea del mundo actual". La comunicación maravillosa, se acabó; ahora se reduce a monosílabos.

Comienza el despertar sexual, la autoexploración de su cuerpo. El sexo opuesto, antes un ser más en el planeta, ahora le provoca mariposas en el estómago y curiosidad como si de un extraterrestre se tratara.

¿Cómo ayudarlos? Una palabra clave es: seguridad. Como papás, nos toca proporcionarla. Pero ojo, esta palabra es muy engañosa, no significa darles cosas materiales. Significa ser firmes en los valores, estar sólidos, bien plantados, ser congruentes y consistentes entre lo que digo y hago. Que el joven sepa que él puede ir y venir, rebotar, que siempre habrá en su casa quien le diga: puedes contar conmigo. "Antes, solíamos ser los capitanes en su vida, ahora nos toca ser faros de luz, para ser un referente en su vida", comenta Pérez.

La otra palabra clave es: paciencia. "Todo pasa", como me dijo un día mi mamá, -madre de siete hijos- el día que la hablé desesperada al tener tres adolescentes en casa. Nos toca confiar en ellos, en lo que les inculcamos y ven como ejemplo en casa. "Las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra", recordemos.

El elemento natural que le ayuda en esta transición es el aire. Contrario a lo que los antros llenos de humo le ofrecen, el aire en espacios abiertos, en especial si practica algún deporte, lo sana. Ir a las montañas, al campo, al mar, le abre el corazón, lo abre a las ideas, a la salud y al contacto consigo mismo.
Continuara…

Gaby Vargas