sábado, 15 de enero de 2011

HABLEMOS DE LOS MIEDOS (PARTE FINAL)



El miedo paraliza, impide el desarrollo, la libertad, el disfrute de la vida y los derechos.

Sí, las emociones juegan una parte importante en nuestra vida, y el miedo es una de ellas. Cuando sentimos miedo, nuestro cuerpo genera químicos como la adrenalina y el cortisol (la hormona del estrés), que viajan por el torrente sanguíneo y producen reacciones como tensión de los músculos, aceleramiento del ritmo cardiaco, elevación de la presión sanguínea, dilatación de las pupilas y aumento de la sudoración, entre otras.

Sin embargo, el miedo también se puede experimentar como una sensación intensa de ansiedad en el pecho, angustia o aprensión, que pueden llegar a ser constantes. Cuando la persona entra en contacto con este miedo, puede volverse muy frágil y vulnerable.

Su mente se dispara e imagina lo peor que podría suceder, o disfraza su temor con una actitud retadora o agresiva, sin que esto se justifique a ojos de los demás. En fin, el miedo puede encontrar diversas salidas; incluso puede causar actitudes de rigidez y frialdad o cerrazón en el pensar y el vivir.

Es más, la salud mental y emocional es directamente proporcional a la expresión de lo que pienso, opino o de lo que difiero. Si el miedo me atrapa, me vuelvo una persona criticona, negativa y que posterga decisiones y permite que otros decidan por ella. O bien, llevado al extremo, me sume en la inactividad o me hace somatizarlo.

Ahora nos toca ver cuál es, de acuerdo con Roberto Pérez, el "dragón del miedo" en la primera etapa de la edad adulta.

El miedo entre los 21 y los 28 años. La continuidad.

 A esta edad, lo que las personas no recibieron de la educación de sus papás, les tocará construirlo o descubrirlo por ellas mismas.

En esta etapa, a los jóvenes les entra una crisis muy fuerte. Sienten que todo compromiso que adquieren, cualquier cosa con la que se involucran, implica la pérdida de su libertad. Les da miedo dejar de ser libres, comprometerse, verse atados a una rutina.

Es común que en los estudios les dé el síndrome del tercer año ("No sé si mi profesión me convence") y cambien de carrera, facultad e incluso de universidad. Este miedo afecta también sus relaciones amorosas; quizá después de varios años de novios y con fecha de boda establecida, decidan inexplicablemente cortar el compromiso con su pareja.

El elemento natural que ayuda a disolver este miedo es la tierra. Ella nos enseña que la creatividad es posible. Que no todo es invierno y verano; que ninguna estación es igual a la anterior. ¡Y mira que da sorpresas!

Nada más rutinario que un amanecer; sin embargo, cada uno es milagroso y sorprendente. Está en cada quien lograr que la vida no sea rutinaria.

Así que en esta etapa conviene, con mochila al hombro, descubrir otras tierras, otros territorios; salir del asfalto, de lo artificial y caminar descalzo por diversas texturas: piedras, arena, lodo, que perfilarán y enriquecerán la vida.

"La creatividad no es hacer cosas extraordinarias, es hacer en forma extraordinaria las cosas ordinarias de la vida", nos dice Pérez. "Que lo mejor de mí se exprese en lo que hago, y que eso que me hago, me haga feliz".

Vaya reto, a cualquier edad...

Lo que los jóvenes en esa etapa tienen que descubrir es que está en ellos crear su vida, que no sólo lo económico es importante. Necesitan un valor creativo que le dé sentido a su vida. Considero que, si esto se logra, lo demás vendrá solo.

"El miedo también se puede experimentar como una sensación intensa de ansiedad en el pecho, angustia o aprensión, que pueden llegar a ser constantes".

 Hablemos de los miedos... (5)

¡Uf, qué alivio! Al menos esto que siento (inquietud, inseguridad, confusión) ¡tiene un nombre! Eso pensé cuando supe a qué se debían esos sentimientos, al mismo tiempo que me cuestionaba el sentido de mi vida, mi trabajo y demás. Una pesadilla.

Esto lo viví después de que le platiqué a Pablo, mi esposo, cómo me sentía y me dijo: "Lo que tienes se llama crisis de los 40"... Después de investigar me enteré de que es algo de lo que nadie se salva. Sus síntomas aparecen muy sutilmente a los 28 años y se declaran francamente alrededor de los 42, el mediodía de la vida.

Al acercarnos al cumplimiento de las décadas, no importa si se trata de cumplir 30, 40, 50, 60, 70 u 80 años. El cuerpo nos avisa de distintas maneras que, ahora sí, ya empezamos a dejar de ser jóvenes (o tan jóvenes), aunque generalmente el concepto que tenemos de nosotros mismos no está de acuerdo con esos indicios, por lo que nos enfrentamos a una serie de cuestionamientos.

Es por eso que no es de extrañar que en esta etapa nos encontremos con uno de los "dragones más grandes del miedo", como llama Roberto Pérez, quien basó sus conclusiones en el estudio de diversas culturas y filosofías, a los temores que enfrentamos en la vida.

El miedo de esta fase es a la pérdida: perder habilidades, atractivo, juventud o hasta la vida; así como estabilidad económica y profesional (ya no somos el joven con una vida por delante, y eso nos provoca un gran temor).

Entender esta transición nos ayudará a cambiar el pensamiento: "Algo está mal conmigo" por "Lo que siento es un proceso de transformación natural".

El miedo entre los 28 y los 42 años. El miedo a la pérdida


Hombres y mujeres enfrentamos este miedo de diferentes maneras, y cada persona lo vive en su momento.

El hombre siente que ya no es el mismo de antes. Surge el miedo a perder su tiempo, su virilidad, su energía. Se resiste a darse cuenta de que el pelo se adelgaza y la cintura se ensancha. Se vuelve más irritable. Su esposa le parece quisquillosa, gruñona, controladora y ¡llena de mañas!

Aparece una crisis de identidad que busca resolver a través del ejercicio, se inscribe a maratones o se vuelve un iron man. De lo que huye es de la vejez. O bien, busca un coche deportivo, fantasea románticamente con terceras personas (más jóvenes), creyendo que le van a proporcionar una vida distinta.

La mujer se mira al espejo y se siente incómoda: "Ya no soy tan joven como antes". Se da cuenta de que su cuerpo ha cambiado y comienza a sentirse invisible a la mirada de los hombres. La cirugía plástica ya no le parece tan descabellada. Se enfrenta a la "pérdida" de su maternidad. Muchas mujeres identificadas con ese papel, no saben qué hacer con ellas mismas cuando se acercan a los 42 años. Se aferran a sus hijos para sentirse seguras, se resisten a ver la realidad de que ya no las necesitan.

Para quitarnos este miedo, la sociedad de consumo nos grita: "compra más", "una cirugía es la solución", "ten más relaciones sexuales". Pero estas cosas no son más que espejismos en la carretera.

El elemento natural que sana en esta etapa es la luz. Se recomienda tener contacto con el sol para iluminar la vida interior, la conciencia, más allá de la mente, del ego y sus complicaciones.

Afianzarte en lo que eres para tener claridad, para "ponerle sol a la propia edad", como dice Pérez. Darle tiempo a la soledad, a la introspección y sentir la protección, la calidez de la luz en el cuerpo y escuchar lo que éste nos dice.

"El miedo de esta fase es a la pérdida: perder habilidades, atractivo, juventud o la vida; así como estabilidad económica y profesional".

Hablemos de los miedos... (6 y última)

Cuando me despedí de mi padre a su muerte, a los 84 años, me di cuenta de lo cierto que es aquello de que hay gente que dura y otra que madura.

Es un hecho que la persona que sólo dura, sufre. De manera automática vive aferrada al pasado, se resiste a lo inevitable de la vida: envejecer. Le es difícil aceptar que, a partir de cierto momento, se quiera o no, comienza el regreso a casa. Lo cual no es igual en la persona madura.

Los miedos a los que nos enfrentamos en la segunda mitad de la vida espejean a los de la primera. De cómo hayamos superado aquéllos dependerá el grado de madurez con el que viviremos esta nueva etapa. Considerando lo anterior, veamos: El miedo entre los 42 y los 49 años vuelve a ser a la continuidad. Si la persona trabajó su interior y supo vivir, querrá compartir y transmitir lo aprendido. Se sentirá muy bien; buscará la creatividad, tendrá ese espíritu rejuvenecedor. Amará, será entusiasta, la vida no le alcanzará para hacer todo lo planeado; buscará un ideal. De lo contrario, su vida será rutinaria y esperará tener un recreíto, un viajecito para sentirse bien; quedará encerrada en el poseer, el tener y no en el ser.

El miedo entre los 49 y los 56 años es de nuevo al cambio. La persona teme a la menopausia, a la andropausia; se da cuenta de que tiene que atender su cuerpo. Todas sus relaciones cambian: aparece el síndrome del nido vacío, cuando los hijos se van. Entonces la situación con su pareja se fortalece o se deteriora al encararse con la realidad. Y ni qué decir del aspecto laboral. El vínculo con los padres también cambia, llega el momento de ver por ellos. Si es una persona madura, se preguntará: "¿Cómo puedo servir?". Encontrará seguridad en su interior y en sus afectos. Si no, vivirá criticando todo y a todos. Buscará la seguridad en las cosas materiales, o en procedimientos como la cirugía plástica.

El miedo de los 56-63 años vuelve a ser a la cercanía. La persona tiene miedo a que le causen daño a ella o a sus hijos y nietos. Si no aprendió a vivir, se encerrará más, cuidando sus posesiones. En esta etapa aumentan los candados en la puerta, todo le molesta; se vuelve dependiente. Si es una persona madura, será autónoma, querrá sentirse útil, aportar a la sociedad de alguna manera, involucrarse en algún proyecto público o altruista; trabajará solidariamente.

El miedo de los 63-70 vuelve a ser como el del recién nacido: al abandono. La persona teme que la ignoren o la dejen un lado; piensa que ya no es imprescindible, que nadie la necesita. Si no supo vivir, reclamará en el papel de víctima la presencia de sus seres queridos. Si es madura, se ganará dicha presencia con gestos, nunca será invasiva, sabrá estar consigo misma.

El miedo de los 70-84. A esta edad aparece de nuevo el miedo a la pérdida, a la muerte, en especial la de su pareja. Entonces sí tendrá la certeza de que algo se acaba. Si la persona supo vivir, será un ser agradecido, sonriente, que iluminará la vida de todos con su ejemplo, vivencias, entusiasmo por aprender y por ser; verá a la muerte como un paso, un viaje hacia otra luz. Si no supo, vivirá encerrada, aferrada a su pasado, a la herencia, a sus posesiones, a lo acumulado. Lo primero que verá por las mañanas son las esquelas del periódico y sólo hablará de la muerte.

Durante el transcurso de la vida, todos, inexorablemente, pasaremos por estos distintos "dragones del miedo". Conocer estas pequeñas verdades, mostradas por la investigación de Roberto Pérez, nos ayuda a darnos cuenta de las cosas que tenemos que cambiar para que, cuando llegue el día en que los nietos nos abran la puerta, reciban a alguien tan lleno de luz y sabiduría que resulte un faro para los demás e ilumine a todos a su paso.

"Los miedos a los que nos enfrentamos en la segunda mitad de la vida espejean a los de la primera. De cómo hayamos superado aquéllos dependerá el grandote madurez con el que viviremos esta nueva etapa".

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