sábado, 4 de febrero de 2012

LA TRAICIÓN Y EL PERDÓN



Nadie entiende lo que es la traición hasta que la vive. Duele mucho, en especial, si viene de un ser querido o de un amigo en quien has depositado toda tu confianza.

Después de regresar de un largo entrenamiento en Estados Unidos en asesoría de imagen, decidí capacitar a tres amigas para que me ayudaran con la demanda que tenía para impartir clases sobre imagen personal. Empresas, bancos, políticos, vendedores, jefes o amas de casa encontraban en nuestro trabajo una forma de superación personal.

No sólo compartí con ellas todo lo que sabía y había aprendido durante años, sino que confié en que formaríamos un muy buen equipo.

Un día, una empresa nos solicitó una cotización de una serie de conferencias para todo su personal. Al poco tiempo, me enteré por casualidad (siempre sucede) que una de mis amigas había ofrecido dar dicha capacitación por su cuenta y a la mitad de precio.

Sentí una puñalada en el estómago. Hablé con ella con la firme convicción de separarla del equipo. Me convenció de que lo hacía por necesidad; y, como en lo personal he sido testigo de que los milagros suceden cuando alguien cree en ti, la perdoné.

Más, al poco tiempo, me enteré de que volvió a traicionarme. Me dolió darme cuenta de que gracias a este hecho, mi confianza en la humanidad se quebrantaba. Se me quitó lo inocente.

Tuvo que pasar un tiempo para que lograra olvidar el agravio. Nunca más la volví a ver; hasta que un día, decidí sacar la traición de mi sistema. El día en que pude recordar el suceso sin que el alma se me encogiera, me di cuenta de que la había perdonado; me sentí libre, ligera y en paz.

El rencor y el resentimiento enferman no sólo el alma sino el cuerpo también. De hecho, son de los venenos más agresivos que hay. Resentir es volver a sentir una y otra vez el mismo agravio como si fuera la primera vez. Esa energía negativa es como estar en una mecedora y creer que, al balancearnos insistentemente, lograremos dirigirnos a algún lado, cuando lo cierto es que estamos más estancados que nunca.

Los eventos dolorosos, como la traición, la separación o el desamor son suficientes para tentar a cualquiera a cerrarle la puerta a la vida. Nadie nos contó lo que vivir podía doler. Y, sin embargo, si cerramos la puerta nos encerramos y nos sofocamos con la amargura.

Por el contrario, si nos abrimos, eventualmente la vida nos permite escoger mejor y nos brinda las oportunidades para hacerlo.

Con el tiempo te das cuenta de que para perdonar no se requiere hablar directamente con la persona que causó el agravio, no se requiere tomar un curso, como tampoco aprender ninguna técnica; sólo se necesita tener voluntad. La capacidad de perdonar está integrada a nuestra naturaleza, y cuando nos decidimos a abrirle camino, simplemente se da.

El perdón no es para todos. Es sólo para quienes lo reconocen y en verdad quieren vivir en absoluta paz y libertad; para quienes deciden dejar de vivir en el pasado y disfrutar el presente; para quienes deciden avanzar a pesar de sí mismos, de lo que su ego aconseja, de sus propios temores e ideas equivocadas; o bien, a pesar de que otros le aconsejen lo contrario. Con el perdón, quien gana eres tú. Nada más.

Todos los regalos que el resentimiento y el rencor te roban, te los das al perdonar. Al perdonar dejas al pasado en donde debe estar: en el pasado.

Te invito a cerrar este año con saldo blanco en cuanto a tus cuentas por cobrar. Escribe lo que te envenena en un papel y quémalo. Disponte a iniciar en nuevo año con la mejor receta para ser feliz: perdona.


"La capacidad de perdonar está integrada a nuestra naturaleza, y cuando nos decidimos a abrirle camino, simplemente se da".

GABY VARGAS