"Mírate en el espejo que sostiene tu compañero durante 10 eteeernos y embarazosos minutos y describe lo que ves. Al mismo tiempo observa cómo te sientes", fue la dinámica a la que nos invitó el doctor Robert Holden en el entrenamiento.
Durante toda una semana nos enfrentamos al tema de la felicidad y las equivocadas percepciones y paradigmas acerca de ella. Fue un privilegio recibir un entrenamiento en la ciudad de Londres, que hace cinco años Holden no impartía. Ocho horas diarias con el creador del "Happiness Project". Mismo que documentó la BBC de Londres y que fue analizado por científicos independientes, pues demuestra cómo es posible elevar el nivel de felicidad en las personas.
Tocar el tema requiere cautela. "Felicidad" es una palabra tan sobada, tan trillada que uno piensa: "¿Qué tanto puedo entender, o qué tanto podemos ahondar en ella? Sin embargo, es también muy profunda.
Podría pensarse que ese ejercicio de verse en el espejo es asunto fácil. Para nada. ¡Qué cosa más difícil!, ¡confrontante e intimidante! Debo decir que al hacerlo sudé, me dio pena, me di cuenta de lo superficial y vanidosa que es mi mirada ante ese pulido material que nos devuelve el reflejo de quienes somos.
En realidad el ejercicio trata de comprobar cómo se encuentra nuestra autoaceptación; y al mismo tiempo implica un gran descubrimiento en el proceso de autoconocimiento. Al vernos desde dos miradas, la del ego, con juicios inmediatos que descalifica, que nota las arrugas en la piel, el paso del tiempo, que te dice que debes ser más esto o lo otro, que debes ser mejor o alguien diferente, y la otra que de pronto, mediante la mirada, algo sucede y sin más, por escasos segundos, el verdadero yo aflora y se deja ver, como una persona tímida que busca salir a hurtadillas porque el ego no la deja.
Cuando se asoma el verdadero yo, que es retraído y con frecuencia ignorado, nos conectamos con esa parte noble, sabia, buena, atemporal, generosa y divina que todos tenemos dentro y que somos.
¿La intención del ejercicio? Darnos cuenta. Darnos cuenta de ese dominio que tiene sobre nosotros la autoimagen y cómo puede gobernar en un segundo nuestro humor, nuestro estado de ánimo; porque cuando te juzgas (y ¿quién no lo hace?) ya no te ves. Y nuestro verdadero yo es más de lo que yo pienso que soy o de lo que otros ven en mí.
Te invito a hacerlo por lo menos una vez en tu vida. Comprueba cómo cuando en verdad te ves, el espejo no hace nada, no juzga, no critica, no se burla ni distorsiona la imagen. Sólo refleja. Es nuestra percepción, personal y subjetiva la que deforma.
Al mirarnos en el espejo, está en nosotros la opción de ver ya sea a ese ser perfecto creado por Dios, o de enfocarnos sólo en los defectos de ese cuerpo y de ese rostro.
Algo que me impactó -aunque parezca obvio, no lo había pensado de esa manera- fue darme cuenta de cuánto trabajo se necesita para mantener la autoimagen; verse bien es un proyecto de remodelación sin fin: "Cambia, hidrata, ejercita, reafirma, haz lo que sea para mantenerte en la jugada...", y nunca descansas. En cambio, nuestro ser incondicional ya está logrado, está bien así como está, y mientras no nos demos cuenta de esto, será imposible encontrar la felicidad. Encuentro un antiguo poema hindú, que describe esa verdad:
"Dos pájaros, inseparables compañeros, se sostienen de la misma rama del árbol. Uno come fruta y el otro observa.
El primer pájaro es nuestro ser individual, se alimenta de los placeres y penas del mundo.
El otro es el ser universal que en silencio, todo lo observa".
"Cuando se asoma el verdadero yo, que es retraído y con frecuencia ignorado, nos conectamos con esa parte noble, sabia, buena, atemporal, generosa y divina que todos tenemos dentro y que somos".
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