domingo, 10 de abril de 2011

LA BÚSQUEDA DEL TESORO


  
Gaby Vargas. La razón por la que hacemos todo lo que hacemos es, simplemente, para ser más felices. Vivimos en la búsqueda constante de ese codiciado tesoro; intentamos por aquí, buscamos por allá, compramos esto, comemos lo otro, en fin... Sólo que mientras no seamos conscientes de cuál es el mapa adecuado, siempre sentiremos ese hueco, tendremos la sensación de que "algo" falta.

¿Qué es para ti la felicidad?, ¿lo has pensado? Al preguntar esto a través de Twitter, recibí una gran variedad de respuestas, como: "La felicidad es tener seguridad económica", "Tener salud", "Ver la sonrisa de mis hijos", "Es algo que tienes que buscar toda la vida", "Sentirte amado", "Encontrar a mi pareja ideal", "Sacarme la lotería", "Es algo que sé que tengo, pero temo encontrar". Cada uno tenemos nuestro propio concepto.

Bien vista, la "felicidad" es sólo una palabra que intenta descifrar, apuntar, explorar o tocar lo que todos anhelamos. Sin embargo, curiosamente, es un tema del que no hablamos; a la par, nos dejamos llevar por los tristes acontecimientos que dominan nuestro panorama actual, sin percatarnos de que es una forma de cultivarlos, de reforzarlos y no de solucionarlos.

Es por eso que estoy convencida de que el simple hecho de hablar de la felicidad, de traerla a la mesa, provoca que reflexionemos sobre ella y, quizá de esta manera, la entendamos, nos acerquemos más a ella, la vivamos, y así construyamos una forma de defensa, a través de crear nuestro propio castillo en medio de la tormenta. ¿Supervivencia? Tal vez...

Una forma de entender la felicidad es a través de comprender lo que no es. Comparto contigo algunas de las percepciones equivocadas al respecto. La felicidad es:

1. "Algo que tengo que conseguir". Como si ésta fuera un producto muy exclusivo en una tienda departamental, cuyo único tipo de cambio es el esfuerzo. Se consigue a través de hacer, de trabajar, de lograr que las cosas pasen, de dar lo mejor de mi. Lo curioso es que con esta idea nos pasamos la vida como un hámster que corre y corre sobre la rueda de su jaula sin parar, creyendo que así avanza y que algún día llegará a algún lado.

2. "Algo que me tengo que merecer". Como si se tratara de una medalla al mérito que obtengo sólo si soy muy bueno, muy responsable, muy exitoso, suficientemente generoso o perfeccionista durante ¡toda mi vida! Y si me la merezco, un día, alguien en algún foro cósmico lo reconocerá, me la otorgará y me dirá con voz grave y profunda: "¿Fuiste el mejor? Entonces mereces ser feliz...".

3. "Un día la voy a encontrar". Implica creer firmemente que la felicidad está en el futuro o en algún destino: "Seré feliz cuando...". Así que la busco por todos lados, en una relación, en un nuevo amor, en una carrera, en el sentido de mi vida, en un proyecto determinado. Me enfoco completamente en el mañana, sin percatarme de mi presente y me convierto de esta manera en un adicto a la búsqueda.

4. "Es un estado mental". Aunque aparenta serlo, no lo es. De hecho, cuando nos sentimos felices, es precisamente cuando dejamos de pensar. La felicidad la siento cuando me conecto, por ejemplo, con la naturaleza, cuando abrazo a mi bebé, cuando escucho música que me emociona.

El tesoro de la verdadera felicidad siempre ha estado, está y estará aquí, dentro de nosotros. No hay que buscarla, merecerla ni pensarla. Es nuestra naturaleza. Está en el ser, en el alma, en el espíritu, como quieras llamarle.

Y ésta no va y viene; lo que va y viene es nuestra percepción. La forma de acceder a ella es estar más presentes. Darle la bienvenida, reconocerla y aceptarla.

"Bien vista, la 'felicidad' es sólo una palabra que intenta descifrar, apuntar, explorar o tocar lo que todos anhelamos".

  
EL TESORO ESCONDIDO Y LA PERLA PRECIOSA

¿Qué quería decir Jesús con las dos parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa? Más o menos esto: ha sonado la hora decisiva de la historia. ¡Ha llegado a la tierra el Reino de Dios! En concreto, se trata de Él, de su venida a la tierra. El tesoro escondido, la perla preciosa no es otra cosa que el mismo Jesús. Es como si Jesús con esas parábolas quisiera decir: la salvación os ha llegado gratuitamente, por iniciativa de Dios, tomad la decisión, aprovechad la oportunidad, no dejéis que se os escape. Es el tiempo de la decisión.

Me viene a la mente lo que sucedió el día en el que acabó la segunda guerra mundial. En la ciudad, los partisanos y los aliados abrieron los almacenes de provisiones que había dejado el ejército alemán al retirarse. En un instante, la noticia llegó a los pueblos del campo y todos corrieron a toda velocidad para llevarse todas esas maravillas: alguno regresó a casa lleno de mantas, otro con cestas de alimentos.

Creo que Jesús, con esas dos parábolas, quería crear un clima así. Quería decir: ¡Corred mientras estáis a tiempo! Hay un tesoro que os espera gratuitamente, una perla preciosa. No os perdáis la oportunidad. Sólo que, en el caso de Jesús, lo que está en juego es infinitamente más serio. Se juega el todo por el todo. El Reino es lo único que puede salvar del riesgo supremo de la vida, que es el de perder el motivo por el que estamos en este mundo.

Vivimos en una sociedad que vive de seguridades. La gente se asegura contra todo. En ciertas naciones, se ha convertido en una especie de manía. Se hacen seguros incluso contra el riesgo de mal tiempo durante vacaciones. Entre todos, el seguro más importante y frecuente es el de la vida. Pero, reflexionemos un momento, ¿de qué sirve este seguro y de qué nos asegura? ¿Contra la muerte? ¡Claro que no! Asegura que, en caso de muerte, alguien reciba una indemnización. El reino de los cielos es también un seguro de vida y contra la muerte, pero una seguro real, que beneficia no sólo al que se queda, sino también a quien se va, al que muere. "Quien cree en mí, aunque muera, vivirá", dice Jesús. De este modo se entiende también la exigencia radical que plantea un "negocio" como éste: vender todo, dejarlo todo. En otras palabras, estar dispuesto, si es necesario, a cualquier sacrificio. Pero no para pagar el precio del tesoro y de la perla, que por definición no tienen "precio", sino para ser dignos de ellos.

En cada una de las dos parábolas hay en realidad dos actores: uno evidente, que va, vende, compra, y otro escondido, dado por supuesto. El autor que es dado por supuesto es el viejo propietario que no se da cuenta de que en su campo hay un tesoro y lo malvende al primero que se lo pide; es el hombre o la mujer que poseía la perla preciosa, no se da cuenta de su valor y la cede al primer mercante que pasa, quizá por una colección de perlas falsas. ¿Cómo no ver en esto una advertencia que se nos dirige a quienes malvendemos nuestra fe y nuestra herencia cristiana?

Ahora bien, en la parábola no se dice que "un hombre vendió todo lo que tenía y se puso a buscar un tesoro escondido". Sabemos cómo terminan las historias que comienzan así: uno pierde lo que tenía y no encuentra ningún tesoro. Historias de soñadores, visionarios. No, un hombre encontró un tesoro y por esto vendió todo lo que tenía para comprarlo. Es necesario, en pocas palabras, haber encontrado el tesoro para tener la fuerza y la alegría de venderlo todo.

Dejando a un lado la parábola: hay que encontrar antes a Jesús, encontrarlo de una manera personal, nueva, convencida. Descubrirle como su amigo y salvador. Después será un juego de niños venderlo todo. Es algo que se hará "llenos de alegría", como el campesino del que habla el Evangelio.

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