Los montañistas saben que uno de los riesgos que existen en el ascenso a cualquier cumbre, además de los peligros naturales y esperados, es el conocido como "fiebre de cima".
Los síntomas de este síndrome, que consiste en la obsesión por llegar a la meta, son que se ignoran los riesgos inminentes, así como los posibles cambios de clima, fundamentales para evaluar si se debe continuar o posponer el ascenso.
Los alpinistas que lo padecen no administran adecuadamente su energía, dejan de ayudar a sus compañeros que avanzan con paso más lento o que cargan equipo más pesado, desatienden su reserva de oxígeno o, con soberbia, minimizan el peligro de los obstáculos.
¿Qué puede ser tan importante que te ciegue al peligro de la muerte? ¿Qué puede moverte a seguir y seguir, y a entrar en una especie de trance en el que olvidas a tu familia y la seguridad personal? ¿Es, acaso, por buscar la gloria?
En ese momento, lo único que los deportistas parecen atender es a la voz de su ego que les hace pensar en el triunfo y todas sus bondades; mas se olvidan de un pequeño detalle: llegar a la cima es sólo la mitad del camino, porque la expedición no termina ahí.
Pero, ojo, este no es un mal que únicamente ataque en expediciones extremas. La fiebre de cima también da en la oficina de un tercer piso, rodeados de papeles y computadoras, al estar soñando con puestos prometedores. O bien, en el ir y venir a cuanto curso y seminario se atraviesen en el obsesionante viaje para obtener una mejora personal o una superación como ser humano.
Contradictoriamente, es en ese camino que descuidamos las relaciones, el tiempo de descanso, la salud y demás.
La idea de la autosuperación comienza, por lo general, con una creencia de que algo falta en mí. Así, mi ego se concentra en sí mismo para hacerse "alguien" que gane la admiración y el aplauso.
El ansia de autosuperación nos hace dejar de ver nuestra verdadera naturaleza. Dicen algunos psicólogos que, con frecuencia, la gente usa la autosuperación para encubrir la falta de autoaceptación, nacida de una fuerte autocrítica, de no reconocer la esencia perfecta y completa que cada quien es.
Recordemos que el ego es la mafia del alma. Cuesta trabajo entenderlo así; sin embargo, la obsesión por conseguir "algo" parte de una percepción de carencia, de afirmar que "yo no soy suficiente", ""todavía no estoy bien", "no me acepto como soy".
Y, cuidado, porque entre más te juzgas, más te criticas y menos ves quién eres en realidad. Mientras te rechaces a ti mismo, vivirás en constante miedo de que otros te rechacen. Mientras no tengas o te permitas tener otra percepción, siempre terminarás con una sensación de insuficiencia y estarás atrapado en una carrera sin fin.
Cuando reconozco mi ser y me acepto como alguien completo y lleno de bendiciones, experimento ese amor incondicional que me catapulta a altos niveles de creatividad y a la abundancia. Victor Frankl decía: "Mi definición de éxito es una total autoaceptación".
Cuando esto sucede, dejamos de ahuyentar al amor, dejamos de sabotearnos, dejamos de conspirar inconscientemente contra el gozo, dejamos de pelearnos con quien somos y descubrimos lo que sí somos capaces de hacer.
Aceptarte es superar la fiebre de cima, es el proceso de entrar en amistad con nuestro Ser Incondicional. Autoaceptarte te enseña que no eres quien piensas ser, que tú no eres tu ego. Eres algo mucho más que tu historia. Y la forma más eficaz de salir de la autodegradación es el amor a ti mismo, la amabilidad y el perdón que restaura tu bondad interna.
"Cuando reconozco mi ser y me acepto como alguien completo y lleno de bendiciones, experimento ese amor incondicional que me catapulta a altos niveles de creatividad y a la abundancia".
Gaby vargas