México D.F. a sábado 24 de octubre de 2009
EL LATIDO DE LA MONTAÑA: Tambores Zen para una Regeneración Personal
Con una fuerte carga de filosofía Zen, Kenneth Bi nos ofrece un drama de maduración personal. Narrativamente irregular, tendente a lo premioso sin alcanzar lo poético, con más de un giro artificioso y momentos pretenciosos.
A veces, hay sonidos que laten en el fondo del alma y evocan una realidad interior largamente sofocada, o que de pronto despiertan en el individuo una disyuntiva en el modo de entender la vida, convirtiéndose en decisivos en su actuar. Son circunstancias que conectarían con el mundo sensible de la persona, que aparecerían asociados con recuerdos de la infancia o con afectos que brotan y sobre los que construir el futuro. Eso es lo que le sucede a Sid en “El latido de la montaña”, cuando se tiene que refugiar en los bosques de Taiwán huyendo de un jefe mafioso de Hong Kong a quien ha ofendido al “robarle” a su joven amante. Entonces, su pasión por la percusión y su vitalismo incontrolado e indomable se someterán a un duro entrenamiento en el que aprender no sólo a tocar el tambor, sino también a conocerse y dominarse a sí mismo.
Con una fuerte carga de filosofía Zen, Kenneth Bi nos ofrece un drama de maduración personal en el que el protagonista debe optar entre los turbios negocios de su padre —otro gangster cuyo modelo detesta pero que imita en su rebeldía juvenil— y las actividades del grupo musical que ha descubierto en la montaña, entre la moderna ciudad de anuncios de neón y rascacielos, y el silencio y paz de la naturaleza, entre el amor de quien se vende fácilmente al mejor postor o el de quien se resiste inicialmente en un delicado juego de seducción. Las dualidades podrían prolongarse hacia un tipo de vida construida sobre la venganza y la violencia y que le ha llevado a golpear con rabia la batería hasta producir ritmos virtuosos pero vacíos, o aprender a controlarse y apreciar el silencio, para entrar en armonía con la naturaleza y así poder sacar sonidos llenos de paz y equilibrio.
Aparentemente, la historia de Sid se desarrolla entre la oscuridad de unas calles de corrupción y violencia y la luminosidad de unas montañas limpias, que permiten descubrir sentimientos puros. Pero el principal escenario es el alma del propio protagonista, que debe evolucionar y en cuyo interior resonarán ritmos y sonidos que le empujen en uno u otro sentido. Ahí el espectador se verá obligado a varias concesiones al director para “creerse” la difícil transformación de Sid por unos golpes de tambor o una cara bonita que se encuentra en la montaña. No es fácil aceptar esa regeneración cuasi-radical que le lleva a soportar duros trabajos hasta convertirse en un ser disciplinado —quizá porque la filosofía Zen nos pilla un poco lejos—, mientras que la trama amorosa resulta un poco sentimental y previsible, “dirigida” por las miradas de unos y otros. Más interesante hubiera sido bucear en el pasado del padre y los dos hijos —desaprovechada y “esquinada” está la hermana veterinaria— para enriquecer sus relaciones de amor-odio, y hacer así más verosímil el desenlace. Narrativamente irregular, tendente a lo premioso sin alcanzar lo poético, con más de un giro artificioso y momentos pretenciosos que hacen que la historia derive continuamente al terreno de la representación… en la cárcel, en el cementerio, en el escenario o en la propia montaña.
En su metafórica oposición de contrarios, Kenneth Bi no llega a fundir esas realidades ni a reflejarlas con convicción, como tampoco lo hace un Jaycee Chan –hijo de Jackie Chan– que pasa de la mayor inmadurez del adolescente caprichoso y sin voluntad… al disciplinado y asceta joven capaz de dominar sus instintos de venganza. Dos caras que no forman una moneda, por mucho que los ritmos de los percusionistas o los hermosos paisajes de Taiwán intenten filtrarse en el alma del espectador para darle un sentido pacifista y naturalista de la vida. La cinta estuvo en Sundance, y puede gustar a los fans del cine oriental de gángsters con ínfulas pseudo-filosóficas, pero el cuerpo y la mente de la película se nos dan por separado en contra de lo que se postula. Y así, no es fácil creer en la regeneración a ritmo de tambores Zen.
Dirección General
Enrique R. Del Castillo G.M.D.
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